Como los viejos traperos, hurgando entre los despojos que los demás desechamos, Raúl Hidalgo ha recogido con arduo afán la frágil materia que proviene de la limpieza mecánica de los tejidos ajenos. De esa segunda piel, variopinta y experimentada, que constituye la ropa sucia. Plagada de secretos, huellas indescifrables y fluidos ocultos, que, ahora, contemplamos convertida en una cartografía imposible de memorias esterilizadas. El residuo depositado en los filtros de las secadoras industriales, prefigura una nueva y desconocida materia de color homogéneo y apagado, de un gris neutral, que parece querer igualar las aspiraciones de todos aquellos atuendos que pretendieron, en su día, diferenciarse. Estos despojos se muestran en toda su extrañeza, tendidos y desintegrándose, dibujando formas aleatorias de naturaleza efímera que remiten a la querencia decimonónica por la ruina romántica. Siendo, a un tiempo, claro producto de una contemporaneidad mecanizada que fagocita a una velocidad de vértigo todo lo que encuentra a su paso.
La brillante intervención del artista, ha transformado los residuos en una sugerente instalación colgante, que se irá desintegrando de forma caprichosa, a modo de work in progress según pasen las horas. Desprendiéndose en un viaje vertical, las pelusas apelmazadas, se depositarán en el suelo dejando una huella volátil e intangible que terminará por desaparecer, como los olvidados retazos de un pasado reciente. Una obra viva y sugerente, que, en resumen, constituye una cruda metáfora de la transitoriedad del tiempo, de la fragilidad humana, de lo fútil y banal de nuestra propia existencia.
Fuencisla Miguel Muriedas. Historiadora del Arte